22 dic 2009

UNS NADALS BLANCS

EL NADAL ES COMPARTIR.

AQUESTS SON UNS PETITS EXTRACTES DE "CHENNAI" QUE VULL COMPARTIR AMB VOSALTRES. ES UN NADAL DE NEU I FAMILIA. ES UN NADAL DE RECORD. US DESITJO UN NADAL DE SOMNI PER TOTS I TOTES


...Me sonrojé muchísimo, pero no fui la única en oír aquello. Hellen Rosendörf nos dedicó una amplia sonrisa de complicidad. Había descubierto nuestro secreto. La increpé con la mirada y su respuesta, con otra enorme sonrisa, me tranquilizó. Sabía que podía confiar en ella.

Magrit llegó con una enorme bandeja que depositó en una mesilla y nos unimos a todos los demás. Respiré profundamente.

La casa tenía aquel aire nostálgico y familiar que recordaba de mi infancia. El Nêuret era el mejor lugar del mundo pero, en aquellas fiestas se volvía aún más especial. Sus gruesas paredes de piedra desnuda, el enorme abeto profusamente engalanado con las guirnaldas rojas, los ángeles antiguos y las velas doradas. La chimenea encendida permanentemente y el ruido de la madera seca al quemarse y las risas de los niños y el aroma del chocolate y el intensísimo olor a café de Colombia que tomábamos solamente en ocasiones especiales como aquella. Y ¡Cómo no! ¡El clan de los Rosendörf!

Los Rosendörf que, en mis Navidades eran tan imprescindibles como todo lo demás. No recordaba ninguna navidad sin su presencia ni la de sus cuatro hijos. La Navidad nunca empezaba en aquella casa hasta que ellos no llegaban.

Todos hablaban a la vez. El ambiente era cálido y muy distendido. Arístides poseía un don para las relaciones con los demás. Sorteaba las preguntas, sobre todo las que tenían alguna relación con nosotros con una habilidad asombrosa. Le miré con dulzura y agradecí que el despertador no sonase aquella mañana. Me sentía tan feliz que me apetecía decirles a todos que ese hombre tan excepcional y yo estábamos juntos.

La entrada de mi hermano Thomas, completamente empapado por la nieve que había empezado a caer, interrumpió mis pensamientos. Thomas acababa de llegar con un grupo de excursionistas a los que había estado haciendo de guía.

-Está nevando con fuerza- Mi hermano se acercó hasta la enorme chimenea para calentarse. Ni siquiera se había percatado de nuestra presencia.- Apenas puede verse el camino... ¿Maia?

De nuevo, los abrazos, las presentaciones y el jolgorio que anticipaba la noche de fiesta...

...La cena transcurrió sin mayores contratiempos. En realidad, la cena de Navidad en nuestra casa tenía un componente mágico y tradicional. Todos, absolutamente todos nos sentábamos juntos en la mesa y ello incluía a mis abuelos, a mis tíos, a los Rosendörf y a los empleados que, aquella noche se encontraban trabajando en el hotel. Mamá, cumpliendo con una vieja tradición, siempre añadía un plato de más en la mesa por si, durante la cena, alguien venía a pedirnos cobijo, comida y cama. Evidentemente, nunca nadie había venido durante aquella mágica noche y por ello consideró que Arístides le ayudaría a cumplir con la tradición. De ese modo, aquella noche y por primera vez, cada plato tuvo su comensal.

...El maestro de ceremonias era, como siempre había sido, durante todas las Navidades de mi vida, Karl Rosendörf. Si algo me costaba comprender era cómo podíamos reírnos, año tras año, de las mismas historias, de las mismas bromas parodiadas por aquel hombre enorme, de largas barbas blancas y mofletes colorados que le daban el aspecto de uno de esos leñadores de los cuentos de Perrault.
Incluso Arístides sucumbió a sus narraciones, la mayoría de ellas, ocurridas en el Nêuret y teniendo como protagonistas a los hijos de los Rosendörf, a mis hermanos y a mí. La mejor de todas, la que cada año se repetía y la que, me hacía pasar el mismo mal rato, sucedió en Navidades: Yo le rompí una oreja del caballito de madera que le habían regalado a mi hermano Louis y éste, muy enfadado porque todos estaban abriendo los regalos y no le hacían caso, subió hasta mi habitación y cogió mi casita de muñecas. La llevó a empujones hasta la escalera y desde allí la lanzó con todas sus fuerzas... Louis, que solo tenía cuatro años, hizo tal esfuerzo que cayó junto con mi casita, dando tumbos por las escaleras.
Todos se sobresaltaron con el estruendo, incluso, mi abuelo estuvo a punto de caerse de la silla. Cuando llegaron hasta el pie de la escalera Louis estaba saltando sobre los trozos que quedaban enteros, mientras que yo, histérica, intentaba arrancarle las crines a su caballito. Todo ello en medio de un llanto ensordecedor. Creo que mi infancia tuvo un antes y un después de aquello, pues no le castigaron por dos razones: por que era pequeño y por que yo había empezado primero. Pero yo sólo tenía 6 años y nunca más volví a tener otra casita de muñecas. Desde entonces me negué a jugar con ellas. Creo que ése era el motivo por el que nos llevábamos tan mal mi hermano y yo.

CHENNAI. 2009
Victoria Pelegrin

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